martes, 12 de noviembre de 2019

La Herradura de siete agujeros



La libertad no es digna de tener si no incluye la libertad de cometer errores


Mahatma Gandhi







     Los Caprichosa viven felices en el campo, siempre han tenido todo cuanto han deseado, su acomodada vida bucólica les ha permitido nutrirse de alegrías y dulzuras, sin paliativo alguno.



     Cuando la primogénita de los Caprichosa cumplió los 18 años, pensó que quizá era un buen momento para ganar algo de autonomía e independencia y no se le ocurrió otra cosa que desear un caballo.



Papa, quiero un caballo- decía la niña-.

¿Para qué quieres un caballo, hija? – le preguntaba su padre-.

-Yo creo Papá, que ha llegado el momento de sentirme un poco libre a lomos de un fuerte animal, sentir que puedo tomar las riendas de mi vida y alejarme un poquito de vosotros con la esperanza de tener algún día una vida tan placentera como la vuestra, pero construida por mí- respondió la hija- Y además porque todo el mundo tiene un caballo –añadió con voz más baja.

Ante la elocuencia de tal respuesta, el padre no podía negarse





-Necesitaremos tiempo para elegirte el caballo adecuado – le dijo.

-No hay prisa Papá- sonrió la niña-

     Los Caprichosa eran gente ordenada y tradicional, procedentes de buenas familias y acostumbraban a hacer las cosas bien. Así que para elegir al caballo de la niña, colgaron algunos carteles por el pueblo, pusieron anuncios en la prensa local y llamaron a algunos corredores de caballos, que afirmaban representar a los mejores.




      Por el rancho de los Caprichosa, pasaron caballos de todo tipo, pasó el caballo percherón con ausencia de buena percha, pasó el caballo de carreras que parecía haberse caído en un cubo de café y que con prisas siempre llegaba tarde a todos lados, pasó el caballo árabe con tanta pura sangre que no sabia hablar más que de su familia, pasó un caballo de tiro que no tenia muy buena puntería, pasó un pony que no daba la talla, incluso pasó un mulo que se afirmaba caballo aunque sus modales le destapaban. Ninguno de los caballos parecía satisfacer a la niña, hasta que llegó el caballo razonable.





-¿Y tu quien eres? – le dijo la niña al caballo-

-Soy el caballo razonable- le dijo el caballo-

-¿Y que raza de caballo es el caballo razonable?, nunca había oído hablar ti.

-Claro que no, ya que no pertenezco a ninguna estirpe famosa- le respondió el caballo orgulloso de su independencia.

-¿Y que te hace pensar que voy a elegirte a ti, caballito?- le preguntó la niña intrigada.

-Pues no me lo hace pensar, el azar me ha traído hacia aquí y quiero saber hacia donde me llevará después.

-Pero entonces, ¿no te importa que no te elija?

-Pues no, pero quizá podría gustarme. Eso aún no lo sé.


     El caballo y la niña estuvieron charlando durante largo rato, parecían llevarse bien el uno con el otro.


-Dime una cosa –le dijo la niña- ¿por qué te llamas razonable?

-Porque hago siempre lo que me place, siempre que tenga razones para hacerlo -Respondió el caballo-.

-¿Entonces no vas a ser dócil, ni obediente, ni me llevarás donde yo quiera? -preguntó alarmada la niña. ¿Para que querré un caballo si no hace nada de eso? – Preguntó de nuevo-

-Pues no, pero iremos donde los dos queramos, estaremos contentos el uno con el otro, y nuestra relación será de igual a igual. – y dicho esto se dio media vuelta y se marchó-

-¿Te marchas? Si me gusta mucho como eres… ¿por qué?

-Pues porque aún no me has dado razones para quedarme –le respondía a lo lejos el caballo mientras se iba - pero no te preocupes, quizá algún día vuelva, niña caprichosa.


     Y allí se quedó la niña caprichosa sentada en el suelo, esperando la vuelta de su caballo razonable, y haciendo motivos para que volviera.





Extraño

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