El sol se escondió detrás de la línea del horizonte, y Manuel sintió cómo un estremecimiento recorría su espina dorsal. Esa noche la luna luciría en todo su esplendor, redonda y blanca como la muerte, y si las leyendas eran ciertas sus rayos le alumbrarían a él con un aspecto totalmente diferente.
Con una piel distinta a la suya, unos ojos inyectados en sangre, y unos colmillos capaces de segar la vida de quien se les pusiera por delante. Recordó la noche de luna llena anterior, y se llamó necio a sí mismo repetidas veces. María, al contrario que él, siempre habría creído en las historias de sus mayores, y le había rogado que esperara un día antes de llevarla al bosque, pero él había insistido.
-Mujer, nada nos va a pasar, si hay hombres-lobo por aquí seguro que ni se fijan en nosotros. Y llevo más de tres meses sin verte, desde que te fuiste a estudiar a Madrid no sabes lo duro que se me está haciendo hasta respirar. Vamos, pequeña mía, hagamos el amor entre las hayas y los helechos, sintamos la hierba húmeda bajo nuestros cuerpos desnudos.
Una súbita llegada de la fiera ,una cabeza oscura perfilándose entre la espesura, fijando sus penetrantes ojos en ellos, y rompiendo a gruñir. Manuel se colocó delante de su novia y le suplicó que echara a correr, pero ella no le hizo caso, está paralizada por el miedo. La bestia comenzaba su ritual, atacarlos; el se intentaba defender con una rama seca que ha arrancado a un árbol, el bosque resuena con los ecos de un furioso combate. Finalmente el espanto se retira, y María está intacta. Pero no así Manuel ,tiene el brazo derecho desgarrado, y marcas de dentelladas en el abdomen y en ambos costados. Está perdiendo mucha sangre, su novia hace que se apoye sobre ella mientras ambos vuelven a la aldea, todavía desnudos y tan rápidamente como pueden.
Veintinueve días más tarde, las heridas del joven habían restañado, y María había podido volver a sus estudios. Pero, mientras los últimos rayos del sol se batían en retirada, a Manuel se le hizo un nudo en el corazón. En breve sabría si lo que le había atacado esa noche era un simple lobo solitario, como había afirmado tajantemente el médico que le había tratado, o algo más. En breve sabría si su vida había caído a un pozo del que ya nunca podría salir.
Mientras la oscuridad terminaba de adueñarse del valle Manuel evocó todos y cada uno de los rasgos de su novia, y los momentos que habían pasado juntos, y musitó una angustiada plegaria a los santos que estuvieran de guardia.