martes, 7 de mayo de 2019

El viaje

      La vida y el mundo son el sueño de un dios ebrio, que escapa silencioso del banquete divino y se va a dormir a una estrella solitaria, ignorando que crea cuanto sueña... Y las imágenes de ese sueño se presentan, ahora con una abigarrada extravagancia, ahora armoniosas y razonables... La Ilíada, Platón, la batalla de Maratón, la Venus de Médicis, el Munster de Estrasburgo, la Revolución Francesa, Hegel, los barcos de vapor, son pensamientos desprendidos de ese largo sueño. Pero un día el dios despertará frotándose los ojos adormilados y sonreirá, y nuestro mundo se hundirá en la nada sin haber existido jamás. 

Heinrich Heine

Cuadros de viaje (fragmento)







        Ahora que lo pienso, creo que jamás he visto una luna tan rojiza como la de aquel atardecer, cuando de vuelta al autobús en la parada que hicimos en la estación, apoyo mi cabeza contra el
cristal de la ventanilla y me encuentro con ella de frente sin apenas esperarlo.


       Me quedo hipnotizada, la miro, la observo, casi no distingo como va ascendiendo hacia su lugar en el cielo y va cambiando de tono hasta llegar a su habitual brillo blanquecino, mostrándonos su cara más visible y haciendo que imaginemos su cara tímida y oculta.


       Me emociona saber que falta poco, a mitad de camino pienso que he estado a punto de no subir a ese autobús y ahora sé que me hubiera arrepentido toda la vida de no hacerlo.


     Aún cuando tengo a mi luna de frente el resto del camino consigo quedarme dormida y cuando despierto es porque el conductor nos dice que estamos a punto de entrar en la Estación de las Delicias, una construcción  moderna que me deja sin habla al verme rodeada de trenes, vías, escaleras y pasillos enormes que me resultan tan familiares.


       No soy capaz de quedarme en el hotel, quiero ver cosas, quiero cubrir mi mirada con la maravilla de ciudad a la que acabo de llegar y no me doy tiempo ni de deshacer la maleta. Cojo mi abrigo y me aventuro al centro de la ciudad sin conocerla, paseando entre calles mágicas y cientos de personas que se cruzan a mi paso, algunos mirándome extrañados por mi cara sonriente y de asombro al mismo tiempo queriendo absorberlo todo, empapándome de historia viva y

deseando ver más, mucho más.

   La Facultad de Medicina me deja boquiabierta. Paseo por el Portillo, mi sencillo móvil capta alguna imagen al azar pero que curiosamente no he decidido  fotografiar.


      Hace frío y decido que es hora de volver al hotel, quiero descansar y ponerme a escribir hasta que el sueño me tumbe. Y no me equivoco, cuando despierto de madrugada tengo el portátil sobre las piernas y mi espalda descansa en la cabecera de la cama.


      Tantas noches que habré despertado igual, ya he perdido la cuenta y no me importa.


       Despierto tarde, debo darme prisa si quiero estar a tiempo arreglada, pero me quedo un rato mirando por la ventana de la habitación, envuelta únicamente por un foulard y con los ojos aún

entreabiertos y medio cegados por un sol que me dice que hará un día precioso.


       Bajo el agua de la ducha dejo que caiga su calidez sobre mi y me ayuda a terminar de despertar; repaso cada fotografía que mi mente ha hecho la tarde anterior, cierro los ojos y una a una me hacen sonreír, entiendo la magia que hay en cada esquina de lo poco que he visto y quiero ver y saber mucho más. El día, tan solo acaba de comenzar...



© MaRía


Extraño

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